14.11.07

Publicar ( por Julio Osses)


Nota geopoetica: Esto es un poco a proposito que en la mañana lei en un matutino que Claudio Narea ex-guitarrista de los prisioneros(expulsado en el 2002 por Jorge Gonzalez y el intalentoso Miguel Tapia )anuncia que esta projnto a editar un libro que hablara de "toda la verdad "de los prisioneros y aunque lo tiene ya escrito dice que por falta de oficio esta solicitando la ayuda para la revision de los textos a algun entendido...inmediatamente me vino el nexo de saber tambien Hoy que Julio Osses que ya escribio un libro sobre los prisioneros comento esta tarde que Claudio Narea lo llamo por telefono para solicitarle un favor....(Marcelo Valdes)


*************************************************

Hace poco, escarbando en los cachureos digitales que vengo rescatando desde hace tres computadores atrás, me encontré con el texto que Alfredo Sepúlveda usó en la presentación de mi libro "Exijo ser un héroe: La historia (real) de Los Prisioneros".Fue una tarde extraña de julio de 2002, en El Parrón. A la mesa de oradores estaban invitados Sergio Paz, Alfredo Lewin, Caco Lyon y Sepúlveda.No pregunten detalles de por qué estaba cada uno. De lo poco que retuve (tengo una laguna mental que va desde 1990 hasta hace pocos días atrás), me acuerdo que a Lewin lo trajimos porque la editorial quería a alguien taquillero. A mi me caía bien por su pasado de VJ yonqui y eso. A Paz y Sepúlveda seguramente los traje yo. Paz, porque es impredecible, y porque pocos días antes del lanzamiento me lo topé y me contó el calvario de publicar "Santiago Bizarro".Y a Sepúlveda porque es, sospecho, mi periodista favorito. O debe ser porque es uno de los primeros que vi trabajar de cerca, acechándolo, escuchándolo, en cierta medida, tal vez, mimetizándome un poco con su estilo adormilado-posiblemente-atormentado pero asertivo e inconformista. En este discurso, Sepúlveda habla de cómo nos conocimos, pero también intenta un ensayo sobre el vértigo de las primeras publicaciones, y la pelotudez intrínseca que yace en la pésima idea de meterse a contar la vida de otro.Con permiso de Alfredo (quién, dicho sea de paso, perpetró hace poco su propio mamotreto biográfico, acerca de nuestro no muy bien ponderado Padre de la Patria) y en una maniobra que puede representar el egocentrismo más terrible, o la crisis de autoestima e identidad más galopante...Acá va. (Julio Osses)
1. Publicar
Conocí a Julio en los tiempos mozos de la Zona de Contacto, hace una década --OH MY GOD--, en el taller literario que dirigía Alberto Fuguet. Este era un extraño experimento en el que coincidíamos gente que estaba saliendo de la universidad (Julio y yo debemos haber sido los más viejitos), colegiales y universitarios de tomo y lomo. La idea de todo esto era publicar: una experiencia que sonaba bonita y ligera, pero que en la práctica –y hasta hoy- es uno de los acontecimientos más fuertes a los que un ser humano se puede someter.
Entonces no sabíamos en lo que nos estábamos metiendo. Éramos chicos, estábamos entusiasmados y nos parecía chori. Creo que hasta nos pagaban un bono de movilización. Cuando publiqué mi primer cuento: “Sangre Azul”, un pequeño relato sobre dementes hinchas de la U, alguien me contó que se había topado con un taxista que lo había recortado del diario y pegado en el panel del taxi. Así de fuerte era publicar, estoy seguro que para Julio también. Al menos, aunque sea por una vez, no terminamos como envoltorio de corvina.
Cuando el taller terminó, yo me incorporé como suche a un equipo fascinante –el primero que tuvo la Zona: Felipe Bianchi, Carola Delpiano, Iván Valenzuela, Sergio Gómez, el propio Fuguet, perdón si paso de largo a alguien más--, y luego fui periodista y después editor de la Zona. Julio, que no venía del periodismo, sino del mundo de la imagen en movimiento –estudiaba Comunicación Audiovisual- siguió ligado a lo escrito, y luego se pasó a las filas del periodismo: recuerdo una gran entrevista titulada “El jinete pálido”, que le hizo a Gustavo Cerati en el verano del ’94, cuándo él vivía la mitad del tiempo acá y la otra en Argentina.
2. Los Prisioneros
Los Prisioneros siempre fueron una especie de obsesión de Julio. Tratando de recomponer las piezas en el rompecabezas del tiempo, me acuerdo que, para un artículo que escribí sobre Jorge González en noviembre del ‘97 para la Revista del Domingo (durante un breve intermezzo en el que tratamos de apartarla de su destino de publicación viajera) recurrí a su ayuda, lo que quiere decir que su libro, o al menos su cercanía con la banda, se había fraguado por lo menos durante ese año.
Era un raro momento en que Jorge González amenazaba con volver y yo tenía que escribir un perfil de él, y se sabía que simplemente no hablaba con ninguna prensa, y mucho menos con El Mercurio. Julio intercedió por mí y finalmente hablé con Jorge, quien me dio una larga y bastante gentil entrevista telefónica en la que no eludió ninguna pregunta ni fue el supuesto ogro que era con los medios. Me pidió eso sí, que no contara en el artículo que había hablado con él; de modo que al final quedó algo chistoso: cada vez que citaba a Jorge González tenía que poner “fuentes cercanas a Jorge González”.
Antes de eso, o después, Julio me contó que estaba pensando escribir una biografía de Los Prisioneros. Quería aprovechar la cercanía que tenía con la banda, privilegio (o pesadilla) que ningún otro periodista ha tenido con ellos. Julio estaba entusiasmado, casi ansioso. No conocía bien el circuito de las editoriales, y me pidió sugerencias –en la Zona habíamos tenido varias aventuras editoriales, en dos de ellas “Cuentos con Walkman” y “Disco Duro” Julio había publicado. Se las dí. Creo que la recepción en el mundo editorial giró desde “¿Quiénes son Los Prisioneros?” hasta ciertos entusiasmos moderados por publicar. Entre medio, apareció la única otra biografía existente sobre la banda, la de Freddy Stock, que no contó con la colaboración del grupo. Cada vez que me topaba con Julio le preguntaba por su libro. A veces ponía caras de entusiasmo. A veces, caras compungidas. A veces me decía que no había hecho nada en meses. A veces, que todo iba a bien. Comencé a preocuparme por la salud mental de mi amigo, pero ahora, después de leer “Exijo ser un héroe”, me despreocupé: todo está clarísimo en el libro.
3. Fundirse con la pared
A mí me parece que “Exijo ser un héroe” no es su biografía habitual que usted encuentra en su librería favorita. Es un libro raro, que coquetea con el periodismo pero también está anclado en la cercanía que Julio tiene, o tuvo, no sé, con sus retratados. Aquí hay periodismo porque todo lo que tiene que estar está. Pero también está la relación del biógrafo con sus retratados: un elemento que pesa tanto en la historia como la banda de rock. Lo común en el periodismo es esconder todo lo que huela a sentimientos. Julio no lo hace, y eso transforma a este libro una narración transparentemente rara.
Me explico más. Lo que comúnmente hacemos nosotros, periodistas, o debemos a hacer, o se supone que tenemos que hacer, es fundirnos con la pared, observar. Esto tiene algunas ventajas. Para escribir una biografía de cualquier persona no necesariamente hay que ser su compinche. Se puede hacer. Investigando de la manera clásica podemos sacar verdades que los biografiados no quieren que se sepan, y las podemos publicar.
Sin embargo, el mecanismo clásico para escribir historias tiene el peso de la inevitable distancia. Es cierto que somos lo que se ha escrito de nosotros, lo que opinan de nosotros, lo que se sabe de nosotros, los cheques que hemos firmado o nuestras pasadas por comisarías. Pero también somos lo que creemos que somos, lo que contamos después de varias botellas de vino o cerveza, lo que decimos en privado, las confesiones de bar. Eso sale a la luz sólo a través del confesionario, sino del cura, del cercano. Esa verdad suele ser más caótica que aquella obtenida a la distancia, más compleja, menos clara, porque no hay filtros entre el ser humano que se confiesa y lo que se escribe. Si el periodista, o el escritor, o el biógrafo tiene suerte, va a tener en sus manos el alma de la persona cuya historia está escribiendo. Y un alma es algo enredado. Y al final, son las historias de este tipo las que más me interesan: “El empampado Riquelme”, de mi amigo Francisco Mouat (donde se inserta un capítulo sobre la relación del autor con su padre), “Rey del mundo”, de David Remnick, el jefe del New Yorker (en que 2/3 del libro son destinados a hablar de los oponentes de Mohamed Alí para llegar a entender la importancia del boxeador) y “Una autobiografía del General Franco”, de Manuel Vazquez Montalván (biografía novelada del dictador), encabezan mi lista de biografías favoritas.
El libro de Julio Osses es la historia de los Prisioneros contada por ellos mismos, pero también es su propia historia en relación a estos amigos suyos, que no son unos tipos normales, sino que son los músicos más importantes de los últimos veinte años, unos verdaderos agitadores sociales, gente que toma a la sociedad de la solapa y la agita. Por eso –entendí finalmente, tras terminar el libro- le costó tanto escribirlo. Si al periodismo clásico le importa un pepino que el artista se enoje por lo que se publica, a Julio verdaderamente le importa lo que sus retratados piensen de él. Eso acá está asumido sin complejos, pero tampoco con compromisos. Repito: todo lo que tiene que estar está.
Esta transparencia no hace sino hablar bien de Julio, y por eso en este libro, además de haber un retrato de Los Prisioneros, hay un retrato de él.
Se me viene a la cabeza una escena de la película “El informante”, de Michael Mann. En ella, un científico que está dispuesto a denunciar a la tabacalera para la que trabajaba, se junta con el productor y el periodista del programa de televisión donde hablará. El informante va con su señora, que recién en la comida se entera de que su marido va a confesar para todo el país. Entonces ella se para de la mesa, y se va a conferenciar con el atribulado esposo. “¿Quién es esta gente”, le pregunta el animador al productor, con un tono equivalente a “¿Quiénes son estos idiotas?”. Al Pacino, que hace de productor, le responde: “Son gente común y corriente, sometida a circunstancias extraordinarias”. Los Prisioneros fueron gente común y corriente sometida a circunstancias extraordinarias. Julio en este libro es un biógrafo excepcional sometido a una amistad extraordinaria.
Alfredo Sepúlveda / julio, 2002.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Dónde puedo descargar este libro en PDF gratis? Cualquier otro de los prisioneros o Narea es bienvenido. Acá el link para descargar Mi Vida Como Prisionero, de Claudio Narea.

http://laberintosdeltiempo.blogspot.cl/2014/12/mi-vida-como-prisionero-de-claudio.html

Saludos!

Anónimo dijo...

Este señor que se hace llamar periodista, es un violento, que destroza casas que no son de él y que hostiga violentamente a sus vecinos. Cuidado con él. No hay que darle tribuna a los machitos como este.

Anónimo dijo...

Cuidado por favor con este tipo violento y sin criterio, que tiene la indecencia de invadir propiedad privada, rompiendo chapas y hostigando a sus vecinos.