14.11.07

Prologo del libro de T. Hirsch "el fin de la prehistoria" escrito por Evo Morales


Conocí a Tomás Hirsch en Mar del Plata mientras caminábamos encabezando una gran marcha. Era noviembre de 2005 y ambos habíamos dejado por un breve periodo nuestros países y las respectivas campañas presidenciales en las que participábamos. El motivo lo ameritaba. En Mar del Plata se realizaba la Cumbre de los Pueblos en la que los movimientos sociales de toda América Latina le dijeron “no”, de manera rotunda y definitiva, al proyecto de ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) que quería imponer los Estados Unidos.
Al entrar al estadio, mientras esperábamos el inicio del acto, conversamos por primera vez tomando un café. Tomás se declaró, enfáticamente, a favor de una salida soberana al mar para Bolivia. Creo que era la primera vez que un candidato presidencial chileno incluía en su programa de gobierno la centenaria y legítima demanda boliviana.
Nueve meses después, el 6 de agosto de 2006 volvimos a encontrarnos en Sucre. Con la instalación de la Asamblea Constituyente, Bolivia vivía un momento histórico. Después de 16 años de movilizaciones sociales encabezadas por los pueblos indígenas demandando la refundación del país; los excluidos, los marginados del campo y de la ciudad tomaban la palabra para empezar a construir una nueva República.
En Sucre, Tomás pudo ser testigo del surgimiento de una Bolivia que muchos trataron de ocultar durante siglos, me refiero a la Bolivia de los 36 pueblos indígenas y originarios que desfilaron juntos celebrando un nuevo tiempo de cambio y de unidad para la patria. Hoy, continuamos en el camino hacia una nueva Constitución que acabe con el racismo y la discriminación proponiendo un futuro de igualdad y justicia social para todos.
Después de nuestro encuentro en Sucre, nos vimos un par de veces más. La primera, en diciembre de 2006, durante la realización de la II Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones en la ciudad de Cochabamba. La última, en abril de 2007, en Barquisimeto (Venezuela), donde participábamos en la Cumbre de la Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA). En aquella ocasión, junto a Hugo Chávez, habíamos decidido inaugurar la reunión dando la palabra a líderes sociales de la región. En su intervención, Tomás denunció el drama que significa el saqueo de los recursos naturales en nuestro continente y mencionó que si llegara a ser Presidente incorporaría su país al ALBA. Así fuimos conociéndonos, de encuentro en encuentro, de país en país. Hoy tengo su libro en mis manos. Su lectura me ha servido para constatar que a pesar de las diferencias en nuestros orígenes y en nuestros contextos culturales, nos une una profunda valoración por el ser humano y por su destino. También nos une la aspiración común de ver a los pueblos de nuestro continente erguirse libres y dignos. Ésa es, sin lugar a dudas, la mayor motivación de nuestras luchas cotidianas.
Por eso, me complace que se eleven voces críticas pero esperanzadoras como la suya; voces que nos ayudan a dibujar el futuro de nuestro continente. Me alegra comprobar cómo, día a día, Latinoamérica está despertando, sacudiéndose del conformismo y del letargo por la acción conjunta de líderes y movimientos sociales que están abriendo los ojos y las conciencias de nuestros pueblos. Sólo la claridad de pensamiento, la convicción y la honestidad que heredamos de nuestras culturas indígenas, nos permitirán profundizar la lucha para acabar con la dominación. Juntos, acabaremos con el yugo de las democracias sometidas para construir democracias liberadoras, participativas y solidarias.
Mirando hacia atrás, tengo que señalar que cuando ganamos las elecciones con una mayoría histórica (54 por ciento), los humanistas fueron de los primeros que se acercaron a nosotros para brindarnos una colaboración desinteresada y solidaria. Ese vínculo ha continuado fortaleciéndose día a día y paso a paso. Así, hoy podemos decir con satisfacción que Tomás se ha convertido en un activo vocero del proceso de transformaciones que hemos puesto en marcha, difundiendo nuestras conquistas –desde la nacionalización de los hidrocarburos hasta la revolución agraria– en el curso de sus viajes.
Como dice Tomás en su libro, Bolivia vive una revolución social, política y económica al mismo tiempo. Social, porque hemos convertido las necesidades básicas de nuestro pueblo en el eje de las transformaciones, por encima de las exigencias del capital extranjero. Política, porque en nuestro Gobierno son los movimientos sociales, las comunidades indígenas y campesinas, los sindicatos y la sociedad organizada quienes definen la vida política. La clase política tradicional, apátrida, desarraigada y profundamente racista está quedando definitivamente arrinconada.
Además, se trata de una revolución económica porque hemos actuado con la firme decisión de recuperar la soberanía y el control sobre nuestros recursos naturales y energéticos, dándole al capital internacional el lugar que le corresponde y que se sintetiza en el principio de que Bolivia necesita “socios y no patrones”. Estoy convencido de que ése es el único camino para que, desde la acción del Estado, se pueda acabar con la exclusión, garantizando las libertades y construyendo igualdad. Por último, vale la pena mencionar que el proceso de cambio boliviano no tendría sentido si no planteáramos una auténtica revolución cultural que nos permita extirpar la matriz colonial y racista que está enquistada en todas nuestras estructuras sociales y que impide reconocer nuestra principal virtud: la diversidad. Tomás propone en su libro valorar al ser humano por encima del dinero; poner la humanidad en primer lugar. Bueno, ésa es también la lucha en la que estamos empeñados cuyo fundamento es la dignificación de nuestro pueblo. Por ello, son las comunidades indígenas y campesinas, los trabajadores, los mineros, los artesanos, los estudiantes, los pequeños productores y todos los hombres y mujeres que trabajan honestamente día a día quienes deben verse favorecidos por los cambios políticos, antes que las comunidades financieras internacionales. Debemos ser capaces de poner en su lugar a los grandes capitales, de manera que beneficien a los pueblos y que no los destruyan como pretendió el neoliberalismo durante las últimas décadas.
En este sentido, las propuestas del humanismo –que hemos podido comprender mejor a través del libro de Tomás– van en esta misma dirección por lo que esperamos seguir trabajando juntos para contribuir a difundirlas en nuestros países y a que se conozca el impacto de las transformaciones que hemos emprendido y que, a menudo, son premeditadamente minimizadas por las redes internacionales multimediáticas convertidas en una auténtica industria de la información.
En cuanto a la integración regional, nosotros estamos convencidos de que la paz mundial, la lucha contra el llamado calentamiento global, la armonía con la naturaleza, el acceso a los recursos elementales como el agua y la redefinición de los conceptos globales acerca del desarrollo y el progreso, son elementos centrales que deben ser considerados de manera integral. En esta línea, una de nuestras propuestas ante la comunidad internacional, es renunciar constitucionalmente a la guerra como forma de solución de conflictos entre países. Aquí, también coincidimos con el humanismo y su rechazo a la violencia sea cual fuere su manifestación. Nosotros provenimos de la cultura de la vida y del diálogo, y no de la cultura de la guerra y de la muerte. Por eso, creemos que en este nuevo milenio tenemos la obligación ética y moral de defender la vida y salvar a la humanidad. Y si queremos salvar a la humanidad tenemos que salvar al planeta tierra.
Finalmente, para concluir este comentario, tan sólo me queda felicitar a Tomás por su iniciativa, por su voluntad y compromiso con el pensamiento humanista y por su aporte al proceso de liberación de los pueblos de América Latina.

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