Hace unos días cité un artículo acerca de “Leviatán”, de Paul Auster, en una reunión. Una vocecilla aguda rompió el silencio con una frase sorpresiva, “esa es una novela slipstream”, se escuchó desde la oscuridad tras un schop. Silencio sepulcral.
“Perdone, ¿cómo dijo?”.
La conversación posterior derivó en cosas usuales y domésticas como de qué color eran los órganos interiores de un klingon o si el continente americano había sido en realidad un animal vivo antes de la conquista española, quizá ese mismo leviatán bíblico que los heroicos cristianos de Castilla vinieron secretamente a matar en nombre de todo lo santo.
El asunto es que llegando a la casa me puse a investigar acerca del término y me encontré con sorpresas.
En el año 1989, Bruce Sterling (Mr. cyberpunk y amigote de William Gibson, Master cyberpunk) publicó un artículo llamado Slipstream, donde vislumbra una curiosa agrupación acercándose entre la niebla, un grupo de escritores que estaban convirtiendo en movimiento un fenómeno que se había dado aisladamente en la literatura del siglo XX: el cruce deliberado y masivo de géneros en una misma obra literaria.
Bruce dice del Slipstream en su artículo: “Es una forma contemporánea de escritura que se enfrenta contra la realidad consensuada. Es fantástica, surreal a veces, especulativa en ocasiones…simplemente te hace sentir muy extraño; de la manera en que vivir en los últimos años del siglo XX te hace sentir…Marcada por la manera de abordar el material literario…La Historia, el periodismo, la ciencia…son tratados irrespetuosamente no como “hechos de la vida real”, sino como cosas, material crudo para un trabajo de collage”.
Este último punto es el que finalmente predominó en esta definición: material crudo para un trabajo de collage. El Slipstream, parodiando al Mainstream, lentamente comenzó a revelarse no como un movimiento, sino como una tendencia generalizada, parte del zeitgeist de toda una era. La generación que finalmente trascendió los metarrelatos y armó sus propios muros con los fragmentos de ese otro muro único que parecía definitivo. Los que atravesaron las fronteras e ignoraron graciosamente las “lineas marcadas en el suelo” que, se suponía, no podían atravesar, mezclando bastardamente la alta y la baja cultura, armando su propio patchwork, su propio manual de instrucciones con los retazos de cuanta cosa le habían metido en la cabeza a la generación que más información había absorbido en la completa historia de la humanidad, con desparpajo y toda la libertad que los ideólogos y profetas de la posmodernidad nunca tuvieron realmente. Finalmente los aduaneros se quedaron solos fiscalizando las fronteras de los géneros y por supuesto, no les quedó otra que hacer lo que sabían hacer: ponerle una etiqueta a lo inetiquetable. Slipstream.
Haruki Murakami, Rodrigo Fresán, Chuck Palahniuk, Kurt Vonnegut, China Mièville, Paul Auster, Douglas Coupland, Charlie Kauffman (por qué no), Warren Ellis (por qué no). En definitiva, guerrilleros que triunfaron en la meta de convertirse en mutantes transgénicos literarios, el brazo armado de la cruda realidad, más deforme que cualquier fantasía si se la mira con el lente macro, el gps, la fotografía satelital, la resonancia magnética, los psicotrópicos de diseño y todas las herramientas para escudriñar la realidad que fracasan una y otra vez, como Heisenberg intentando un primer plano de un electrón. La paradoja de contar con todos los medios para atrapar la realidad para solo darse cuenta que el fractal se torna más y más desquiciado con cada acercamiento. Un escritor como un Action figure, descubriendo a Baudrillard y Matrix, “there is no spoon”, y entonces…”what the fuck!!”…”armemos nuestra propia realidad, que quizá resulte más real que la verdadera”…porque quieren tocar la temperatura de la verdadera realidad de una vez por todas, por eso se desquician, echando mano al realismo literario más crudo, a la ciencia ficción más hard, al surrealismo más desquiciado, a la violencia televisiva más tóxica, a la fantasía más volátil, a la cruza de formas de mirar las cosas para, por sumatoria, acercarse un poquito más a lo inefable.
Porque, ¿acaso no es así la realidad? ¿Acaso no adquirimos SIDA y le mandamos la verdad en mensajes digitales a nuestra pareja lesbiana en Bután a través de satélites, mientras vemos de reojo Los Simpsons, antes de meditar en posición zen y para despertar luego llorando de una pesadilla jurando que los fantasmas de nuestros abuelos rondan la casa para llevarnos de este mundo? ¿Acaso la realidad no es es el trago más freak y mal mezclado de múltiples licores que podamos experimentar? Ellos, the freaks ones, solo hacen el realismo literario más carnicero de todos, borrando fronteras que en la realidad no existen, convirtiendo a los géneros en lo que siempre debieron haber sido: ingredientes radioactivos para cocinar una metaliteratura al servicio del escritor y sus cosmos internos y no al revés.
Versión original del artículo publicado originalmente en Cultura, de La Tercera. sábado 28 de julio de 2007.
“Perdone, ¿cómo dijo?”.
La conversación posterior derivó en cosas usuales y domésticas como de qué color eran los órganos interiores de un klingon o si el continente americano había sido en realidad un animal vivo antes de la conquista española, quizá ese mismo leviatán bíblico que los heroicos cristianos de Castilla vinieron secretamente a matar en nombre de todo lo santo.
El asunto es que llegando a la casa me puse a investigar acerca del término y me encontré con sorpresas.
En el año 1989, Bruce Sterling (Mr. cyberpunk y amigote de William Gibson, Master cyberpunk) publicó un artículo llamado Slipstream, donde vislumbra una curiosa agrupación acercándose entre la niebla, un grupo de escritores que estaban convirtiendo en movimiento un fenómeno que se había dado aisladamente en la literatura del siglo XX: el cruce deliberado y masivo de géneros en una misma obra literaria.
Bruce dice del Slipstream en su artículo: “Es una forma contemporánea de escritura que se enfrenta contra la realidad consensuada. Es fantástica, surreal a veces, especulativa en ocasiones…simplemente te hace sentir muy extraño; de la manera en que vivir en los últimos años del siglo XX te hace sentir…Marcada por la manera de abordar el material literario…La Historia, el periodismo, la ciencia…son tratados irrespetuosamente no como “hechos de la vida real”, sino como cosas, material crudo para un trabajo de collage”.
Este último punto es el que finalmente predominó en esta definición: material crudo para un trabajo de collage. El Slipstream, parodiando al Mainstream, lentamente comenzó a revelarse no como un movimiento, sino como una tendencia generalizada, parte del zeitgeist de toda una era. La generación que finalmente trascendió los metarrelatos y armó sus propios muros con los fragmentos de ese otro muro único que parecía definitivo. Los que atravesaron las fronteras e ignoraron graciosamente las “lineas marcadas en el suelo” que, se suponía, no podían atravesar, mezclando bastardamente la alta y la baja cultura, armando su propio patchwork, su propio manual de instrucciones con los retazos de cuanta cosa le habían metido en la cabeza a la generación que más información había absorbido en la completa historia de la humanidad, con desparpajo y toda la libertad que los ideólogos y profetas de la posmodernidad nunca tuvieron realmente. Finalmente los aduaneros se quedaron solos fiscalizando las fronteras de los géneros y por supuesto, no les quedó otra que hacer lo que sabían hacer: ponerle una etiqueta a lo inetiquetable. Slipstream.
Haruki Murakami, Rodrigo Fresán, Chuck Palahniuk, Kurt Vonnegut, China Mièville, Paul Auster, Douglas Coupland, Charlie Kauffman (por qué no), Warren Ellis (por qué no). En definitiva, guerrilleros que triunfaron en la meta de convertirse en mutantes transgénicos literarios, el brazo armado de la cruda realidad, más deforme que cualquier fantasía si se la mira con el lente macro, el gps, la fotografía satelital, la resonancia magnética, los psicotrópicos de diseño y todas las herramientas para escudriñar la realidad que fracasan una y otra vez, como Heisenberg intentando un primer plano de un electrón. La paradoja de contar con todos los medios para atrapar la realidad para solo darse cuenta que el fractal se torna más y más desquiciado con cada acercamiento. Un escritor como un Action figure, descubriendo a Baudrillard y Matrix, “there is no spoon”, y entonces…”what the fuck!!”…”armemos nuestra propia realidad, que quizá resulte más real que la verdadera”…porque quieren tocar la temperatura de la verdadera realidad de una vez por todas, por eso se desquician, echando mano al realismo literario más crudo, a la ciencia ficción más hard, al surrealismo más desquiciado, a la violencia televisiva más tóxica, a la fantasía más volátil, a la cruza de formas de mirar las cosas para, por sumatoria, acercarse un poquito más a lo inefable.
Porque, ¿acaso no es así la realidad? ¿Acaso no adquirimos SIDA y le mandamos la verdad en mensajes digitales a nuestra pareja lesbiana en Bután a través de satélites, mientras vemos de reojo Los Simpsons, antes de meditar en posición zen y para despertar luego llorando de una pesadilla jurando que los fantasmas de nuestros abuelos rondan la casa para llevarnos de este mundo? ¿Acaso la realidad no es es el trago más freak y mal mezclado de múltiples licores que podamos experimentar? Ellos, the freaks ones, solo hacen el realismo literario más carnicero de todos, borrando fronteras que en la realidad no existen, convirtiendo a los géneros en lo que siempre debieron haber sido: ingredientes radioactivos para cocinar una metaliteratura al servicio del escritor y sus cosmos internos y no al revés.
Versión original del artículo publicado originalmente en Cultura, de La Tercera. sábado 28 de julio de 2007.
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