23.12.11

Cronicas de navidad

El Pasaje estaba lleno de luces y guirnaldas, las ventanas asomaban el titilante ondular de la alegría de las familias, en los oídos resonaba el ritmo de cumbia de la Sonora Palacios. Inconfundible aroma de Navidad, en años muy difíciles donde la niñez se confundía con las noches de tablas asomagadas y la tierra era amiga de las rodillas. En esos años los árboles navideños no eran algo común en las ventanas, no eran muchas las luces que se perdían en los ojos ansiosos de los niños, esperando el regalo. Por lo menos no para todos. En la Patria donde los patios eran las fronteras de la desdicha y la inocencia masticaba el sabor acre de los perdedores. La Madre arrastraba su carro de juguetes a la feria Navideña para convertirlos en comida, los niños eran extranjeros de aquellos habitantes de plástico y colores. Las Pistolas de Vaqueros a Fogueo con su cartuchera al cinto, los disfraces de los héroes con capa y antifaz, las tacitas plásticas del te con su tetera, las palitas de playa con su balde, los Pepones de plástico con su Jockey de colores. Se embarcaban en ese carro hacia otros destinos y en la rancha de madera quedaban dos niños con la pura luz de las estrellas, iluminándolos y esperando el regreso de su viejita Pascuera. Pasaban las horas y se acercaba la noche buena, la risa de otros niños se filtraba por las murallas de las otras casas, los olores de cosas ricas se filtraban. Dos niños en el patio arriba del medidor del agua asomaban sus caritas por la reja de madera, mirando el pasaje vacío, a veces sorprendidos por el estallido de algún petardo o una bengala que en el cielo entregaba el fugaz colorido de su belleza. De aburridos el niño comenzó a cantar, aquella canción aprendida en el acto del colegio donde le toco actuar:



“Arbolito, arbolito que bonito, que bonito

Todo lo bonito, va en ti colgadito”



Un villancico de la miseria, una canción de la inmensidad taciturna, infante soledad de la noche iluminada por la bombilla amarilla para la calle.

Y como si la magia no estuviera ajena, se abre la puerta de los vecinos del frente. Cruzando la frontera, como verdaderos reyes magos, llegan con sus ofrendas a ofrecérselas a esos Cristos sin estrella. Perdidos en el mundo de las posibilidades, traen la luz, que quedo para siempre grabada en aquellos niños, de aquella Navidad del 75.



Agotada, llego María con su carro, abrazando a sus Cristos y cobijándolos en el humilde pesebre de Madera, de una bolsa saco unos regalos y la casa se sumo a la algarabía de niños en Noche Buena.



Recordando a Mi Vieja, a mi Hermana y a ese niño…y a mi José lejos de los que tanto amaba.



Feliz Navidad sin perder jamás la ternura y regalarla a todos a quienes les hace falta.



Los Reyes Magos fueron nuestros vecinos; La Señora Alicia y Don Chito, de Calle Ignacio Serrano, Población La Bandera.

El Año no es preciso…no estoy seguro si fue el 75…pero de que los milicos mandaban de eso estoy dolorosamente seguro.

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