Traté de mantenerlo en bajo perfil, es verdad, no se porqué, no andaba con ánimo de que todos se enteraran de mis triunfos y aparte ¿de qué gran triunfo estamos hablando? ...
Un concurso menor, como los hay tantos como los han ganado muchos escritores aficionados a lo largo de su vida. No tengo derecho a llamarme un profesional con un premio como ese. Nones.
De todas formas tenía que ir. Me acuerdo cuando me gané ese concurso que organizaba el partido socialista. Y yo el muy tarado no fui a recibirlo porque justo me acaba de pelear con mi ex, que en ese tiempo no era ex sino presente. Ahora no iba repetir la misma escena. Llegué tarde, un psicoanalista hablaría de un acto fallido, el animal que se revuelve para no ser cazado. Así, con ese ánimo, iba a la cuestión. Cuando llegué me vi envuelto en una cosa estudiantil, improvisada, con algunos “consagrados” entre el público, de los cuales no reconocí a ninguno salvo a Zurita y a Polhammer. De ambos tengo una débil imagen y tal vez no debería tenerla, considerando que los caballeros esos tienen su trayectoria y tienen trasfondo, además. Cosa que otros no pueden decir. No estaba Zambra, si hubiera estado, seguro le decía unas cuantas verdades acerca de su mediocridad literaria-creativa, mas no literaria-crítica, pero esto ultimo es fácil porque para eso lo formaron en la U y para eso se ha formado en su vida. Se le nota. En fin, no me voy a poner a hablar de Zambra.
Pero si estaba Patraña. Ya había hablado de él en la primera de estas crónicas, la referida a radio Manini. ¿Se acuerdan? Échenle un vistazo a la crónica. Patraña, por supuesto, con su vocación marginal no estaba entre los premiados, ni entre los invitados de honor ni siquiera en el público. Lo suyo es la venta de libros. Y en eso estaba en su puesto. Yo le pegué la saludada máxima, porque entre ese atado de desconocidos, donde me sentía todo el rato en un acto ajeno, de otra gente, cuando me iba a imaginar que me iba a encontrar con un poeta under.
La situación era estudiantil por donde se la mirara. Resulta que Zurita y Polhammer estaban allí por ser profesores de estos cabros. Luego, no les quedaba otra, probablemente estaban por complejo de culpa. Al que mas se le notaba era a Zurita.
Había recursos en la cosa, buena amplificación, buen espacio, buenas chicas alumnas de literatura que no tienen idea que harán de su vida en el futuro, creo yo, con una carrera como esta. Esperé con paciencia. Por lo menos unos 30 minutos. Criticable lapso si se considera que el mail que me mandaron me solicitaban puntualidad. Pero bueno, no nos vamos a andar quejando por esas pequeñeces. Al final me entretuve mirando a las minas.
Hasta que empezó la premiación. Debo reconocer que, aunque he ganado algunos concursillos antes, hacía rato que no me subía a un escenario para recibir reconocimiento o situación parecida. Y de todas maneras antes y ahora también, es un momento incomodo. Empezaron a dar los ganadores y a cada ganador una mina (modelocas, como le llamaba el “ingenioso” animador): le daba un beso y su regalito. Cuando llegaron a mi lugar (el primero) la cosa se puso fea porque en vez de una mina, fue Zurita el que me entregó el premio. Me sentí un poco estafado. Aparte que olía un poco mal el caballero. Aunque peor estaba Polhammer. Cuando volví a mi asiento con un atado de libros mayúsculo, Polhammer se instaló junto a mí y su hediondez lo inundó todo. Sobaco y poto. Me preguntó “¿porqué te dieron todos esos libros?”. Yo lo miré, aun con los nervios de punta, y pensé que trataba de ser sarcastico-criptico, pero fome, y yo le expliqué que era porque me había ganado un concurso de cuentos. “¡Ah!”, dijo y se puso a mirar para otro lado.
Con el paso del rato la cosa se animó un poco. No mucho. Se subió el director de la Grifo a contar la historia de la revista, después leyó un tal Miguel Naranjo (ni en pelea de perros, aunque no escribía mal el sujeto), después Polhammer hizo un larguísimo show, con un poema entre medio que no puedo negar que me entretuvo (no discuto que Polhammer escribe entretenido), pero después el mediatico poetiso volvió a sus usuales prácticas de “mesa-centrismo” y monopolizó el micrófono hasta que le dio gusto y gana. Yo creo que se sentía como destronando a Leo Caprile de “Cuanto vale el Show”. Después se subió Eduardo Rubio a entonar unas canciones de Adamo, acompañado de Polhammer (no se bajaría mas del escenario) y una batería al fondo, mas un pianito patético a un lado. No se crean que sonaba bonito, la cosa era musicalmente subnormal. Pero el público aplaudía y coreaba sin cesar. En mitad de esa cosa agarré mis bartulos y me marché. Afuera estaba Patraña y sus libros. Al lado unas minas hablaban de libros. Yo metí la cuchara para recomendar a Stendhal, al cual no conocían, y luego a Emile Zola, que tampoco conocían, y a Walter Scott que tampoco. “¿Qué estudian?”, pregunté. “Literatura”, me dijeron. Patraña me tocó el hombro porque me quería presentar unas minas, pero las minas no estaban de humor y yo no estaba de humor para soportar minas sin humor, así que me fui del lugar. A medida que iba, arrastrando mi premio (100 lucas en libros) me venía una tristeza porque me sentía estúpidamente solo. Rumiaba, masticaba y mi autocontrol es tan fuerte por estos días que no deja salir nada a flote. Era un autómata caminando cuadras y cuadras hasta mi casa, obsesionado por hacer el trayecto a pie, cargando esos libros, como Franco Nero con su ataúd, sin mirar a nadie a los ojos, enrabiado y entristecido y con hambre y a cada paso se ponía peor todo. Por mi cabeza pasaba ese verso de Tito Fernandez “mi amigo el poeta siempre queda solo” y mi mente lo rechazaba al tiro, por cebolla. Ahí pensé que si tan solo las chicas que no habían leído a Walter Scott se hubieran quedado conmigo una hora o una noche. Pero luego pensé que ni siquiera eso habría ayudado. Tal vez un par de noches, si.
Un concurso menor, como los hay tantos como los han ganado muchos escritores aficionados a lo largo de su vida. No tengo derecho a llamarme un profesional con un premio como ese. Nones.
De todas formas tenía que ir. Me acuerdo cuando me gané ese concurso que organizaba el partido socialista. Y yo el muy tarado no fui a recibirlo porque justo me acaba de pelear con mi ex, que en ese tiempo no era ex sino presente. Ahora no iba repetir la misma escena. Llegué tarde, un psicoanalista hablaría de un acto fallido, el animal que se revuelve para no ser cazado. Así, con ese ánimo, iba a la cuestión. Cuando llegué me vi envuelto en una cosa estudiantil, improvisada, con algunos “consagrados” entre el público, de los cuales no reconocí a ninguno salvo a Zurita y a Polhammer. De ambos tengo una débil imagen y tal vez no debería tenerla, considerando que los caballeros esos tienen su trayectoria y tienen trasfondo, además. Cosa que otros no pueden decir. No estaba Zambra, si hubiera estado, seguro le decía unas cuantas verdades acerca de su mediocridad literaria-creativa, mas no literaria-crítica, pero esto ultimo es fácil porque para eso lo formaron en la U y para eso se ha formado en su vida. Se le nota. En fin, no me voy a poner a hablar de Zambra.
Pero si estaba Patraña. Ya había hablado de él en la primera de estas crónicas, la referida a radio Manini. ¿Se acuerdan? Échenle un vistazo a la crónica. Patraña, por supuesto, con su vocación marginal no estaba entre los premiados, ni entre los invitados de honor ni siquiera en el público. Lo suyo es la venta de libros. Y en eso estaba en su puesto. Yo le pegué la saludada máxima, porque entre ese atado de desconocidos, donde me sentía todo el rato en un acto ajeno, de otra gente, cuando me iba a imaginar que me iba a encontrar con un poeta under.
La situación era estudiantil por donde se la mirara. Resulta que Zurita y Polhammer estaban allí por ser profesores de estos cabros. Luego, no les quedaba otra, probablemente estaban por complejo de culpa. Al que mas se le notaba era a Zurita.
Había recursos en la cosa, buena amplificación, buen espacio, buenas chicas alumnas de literatura que no tienen idea que harán de su vida en el futuro, creo yo, con una carrera como esta. Esperé con paciencia. Por lo menos unos 30 minutos. Criticable lapso si se considera que el mail que me mandaron me solicitaban puntualidad. Pero bueno, no nos vamos a andar quejando por esas pequeñeces. Al final me entretuve mirando a las minas.
Hasta que empezó la premiación. Debo reconocer que, aunque he ganado algunos concursillos antes, hacía rato que no me subía a un escenario para recibir reconocimiento o situación parecida. Y de todas maneras antes y ahora también, es un momento incomodo. Empezaron a dar los ganadores y a cada ganador una mina (modelocas, como le llamaba el “ingenioso” animador): le daba un beso y su regalito. Cuando llegaron a mi lugar (el primero) la cosa se puso fea porque en vez de una mina, fue Zurita el que me entregó el premio. Me sentí un poco estafado. Aparte que olía un poco mal el caballero. Aunque peor estaba Polhammer. Cuando volví a mi asiento con un atado de libros mayúsculo, Polhammer se instaló junto a mí y su hediondez lo inundó todo. Sobaco y poto. Me preguntó “¿porqué te dieron todos esos libros?”. Yo lo miré, aun con los nervios de punta, y pensé que trataba de ser sarcastico-criptico, pero fome, y yo le expliqué que era porque me había ganado un concurso de cuentos. “¡Ah!”, dijo y se puso a mirar para otro lado.
Con el paso del rato la cosa se animó un poco. No mucho. Se subió el director de la Grifo a contar la historia de la revista, después leyó un tal Miguel Naranjo (ni en pelea de perros, aunque no escribía mal el sujeto), después Polhammer hizo un larguísimo show, con un poema entre medio que no puedo negar que me entretuvo (no discuto que Polhammer escribe entretenido), pero después el mediatico poetiso volvió a sus usuales prácticas de “mesa-centrismo” y monopolizó el micrófono hasta que le dio gusto y gana. Yo creo que se sentía como destronando a Leo Caprile de “Cuanto vale el Show”. Después se subió Eduardo Rubio a entonar unas canciones de Adamo, acompañado de Polhammer (no se bajaría mas del escenario) y una batería al fondo, mas un pianito patético a un lado. No se crean que sonaba bonito, la cosa era musicalmente subnormal. Pero el público aplaudía y coreaba sin cesar. En mitad de esa cosa agarré mis bartulos y me marché. Afuera estaba Patraña y sus libros. Al lado unas minas hablaban de libros. Yo metí la cuchara para recomendar a Stendhal, al cual no conocían, y luego a Emile Zola, que tampoco conocían, y a Walter Scott que tampoco. “¿Qué estudian?”, pregunté. “Literatura”, me dijeron. Patraña me tocó el hombro porque me quería presentar unas minas, pero las minas no estaban de humor y yo no estaba de humor para soportar minas sin humor, así que me fui del lugar. A medida que iba, arrastrando mi premio (100 lucas en libros) me venía una tristeza porque me sentía estúpidamente solo. Rumiaba, masticaba y mi autocontrol es tan fuerte por estos días que no deja salir nada a flote. Era un autómata caminando cuadras y cuadras hasta mi casa, obsesionado por hacer el trayecto a pie, cargando esos libros, como Franco Nero con su ataúd, sin mirar a nadie a los ojos, enrabiado y entristecido y con hambre y a cada paso se ponía peor todo. Por mi cabeza pasaba ese verso de Tito Fernandez “mi amigo el poeta siempre queda solo” y mi mente lo rechazaba al tiro, por cebolla. Ahí pensé que si tan solo las chicas que no habían leído a Walter Scott se hubieran quedado conmigo una hora o una noche. Pero luego pensé que ni siquiera eso habría ayudado. Tal vez un par de noches, si.
(Ricardo Chamorro)
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